Todo va hacia atrás. Descanso con el sol y me despierto con la luna.
Las voces del exterior, incomprensibles, son demasiado lejanas como
para poder distinguirlas.
Las del interior... las del interior son demasiado contradictorias como
para hacerles algún caso.
Lo malo triunfa y lo bueno se esconde debajo de la cama.
La lluvia de dentro de mi habitación parece no cesar nunca.
Dentro es afuera y afuera no existe.
El teléfono ha entrado en un bucle del que parece no salir nunca, solo
comunica haciendo sonar un timbre que mutila mis oídos a todas horas.
Sin respuesta.
El resto del mundo sigue hacia adelante mientras lo veo pasar, inmutable,
desde la ventana.
El espejo devuelve mi reflejo dañado por las grietas del cristal.
Siete años de mala suerte.
Si hay algo peor que el sentimiento de rabia, es la calma apática, apagada y artificial que le sigue.