
Desde pequeño he sido un poco torpe para expresar lo que siento (en cambio, las sensaciones de los demás las llego a sentir como mías). Bueno, torpe y que no me daba la gana explicar lo que pasaba por mi cabeza. Y aún sigo con esta actitud, solo que ya es involuntario. Me cuesta la misma vida expresarme, doy mil rodeos para decir un “te quiero”, hago como si mi pasado no existiera (así nadie pregunta) etc.

A partir de ahí todo fue cuesta abajo. La música ya no solo me permitía expresarme, sino que influía sobre mí, demasiado. Para bien o para mal. Es como si te inyectaran una dosis de melancolía, felicidad, odio, rabia, euforia… por cada canción. Y es que hay canciones que te hacen reir, otras llorar, otras que pesan sobre ti como un bloque de hormigón, otras que te transportan a otro mundo, otras que necesitas escucharlas con un cigarro y una cerveza en mano, otras te hacen saltar, etc.
Esta “felicidad” navideña sumerge a mi cabeza en un sopor que soy incapaz de escribir más. Esta noche, cuando llegue de la típica fiesta de fin de año (si ya sabéis: barra libre, cuerpos inertes, poco espacio, garrafón, y si hay suerte, alguna bronca. ) me pondré a escribir, como ya es costumbre desde hace unos años.
AGUR
"Toca otra vez viejo perdedor, haces que me sienta bien. Es tan triste la noche en que tu canción, sabe a derrota y a hiel"